Vídeo de presentación de Sara Odriozola

El Regreso de Make

Breve relato entre la realidad, la leyenda y la ficción
de Sara Odriozola


Muy lejos de la tierra, donde casi ni alcanza la luz del sol, hay un pequeño lugar llamado Makemake. Los pocos que saben de su existencia lo llaman despectivamente “planeta enano”. Es verdad que Makemake no tiene grandes océanos, ni animales exóticos, ni una vegetación variada, pero su único habitante, quien da nombre al extraño planetoide, vale mucho más que todo eso.

Make es como se llama el solitario ser. Con su aspecto mitad de hombre mitad de pájaro, tiene la costumbre de repetir su nombre para escuchar cómo su voz se pierde en la inmensidad del universo: “Make, Make…”. Así un día lo escucharon desde un astro habitado que pasaba cerca. Los extraterrestres que en él vivían, al no ver a nadie con sus telescopios, pensaron que era un sonido del propio planeta, y así lo bautizaron.

Pasaron muchos años hasta que la órbita de Makemake lo volvió a acercar a algo que no fuera el más absoluto vacío. Y es que la traslación de su pelota de metano ¡tarda 307 años terrestres en girar alrededor del sol! En aquella ocasión no se trataba de un planeta habitado, ni una estrella, ni nada parecido. Después de mucho deambular por el espacio, en las manos del estupefacto Make cayó ¡una calabaza! Lo que no sabía era que la hortaliza no llegaría sola.

El eterno aburrido de pronto tenía una novedad en su monótona vida. Claro que, al no conocer más que lo suyo, no tenía ni idea de qué hacer con aquél verrugoso vegetal. Entonces se le ocurrió investigarlo. Le dio vueltas, la lanzó al aire, la hizo rodar sobre la superficie… En fin, se entretuvo todo lo que pudo hasta que, por accidente, la calabaza chocó contra su pico y se partió por la mitad.

Cuál fue su sorpresa al ver su propio reflejo en el interior acuoso de la verdura. Era de color marrón azulado, calvo como un pez, flaco y con un enorme pico que casi no dejaba ver el resto de su cara. Pero, lo que más le sorprendió fue una extraña figura junto a lo que reconocía como su cabeza.

Un pájaro que había llegado con la calabaza se había posado sobre su hombro y Make lo había confundido consigo mismo. Extrañado por la peculiar estampa lo miró directamente y se topó frente a frente con el ave. Un grito de pánico emergió de su garganta mientras que el pájaro, asustado, despegaba aparatosamente para posarse sobre un montículo.

Primero, se miraron con miedo, luego con extrañeza, y poco después estaban hablando como si se conocieran de toda la vida.

Pascual, que así era como se llamaba el pájaro, le contó que procedía de una hermosísima isla en medio de un inmenso mar. Allí el ave vivía sola, pero era feliz.

Por favor –dijo Make- llévame a tu hogar. No quiero vagar más tiempo sólo.

Y, sin perder ni un minuto, alzaron el vuelo rumbo a la tierra del pájaro.

En aquel lugar, mucho más templado y confortable, Make aprendió a utilizar sus poderes, que habían permanecido congelados durante tanto tiempo en el planeta enano. Creó al hombre además de hermosos y raros animales terrestres y marinos, y vegetación suficiente para todos ellos. Allí convivió y disfrutó con aquellos seres vivos y Pascual durante siglos.

De pronto un día, Make percibió algo terrible. Unos humanos malvados se acercaban y estaban a punto de descubrir su hermosa isla. La invadirían y corromperían hasta acabar con todo lo que él había construido.

Por primera vez en su vida se sentía feliz y orgulloso de si mismo por lo que había hecho. No podría soportar ver como unos desconocidos arrasaban con todo lo que le importaba, pero sabía que no sería capaz de luchar contra ello.

Entonces Make, antes de marchar junto a Pascual hacia un súbito exilio en un nuevo y desconocido planeta, creó cientos de cabezas gigantes. Todas ellas miraban al cielo. –Cuando la luna tape al sol por completo y el día se haga noche- dijo Make, a quien los humanos consideraban ya su Dios -volveré a mi querida isla para recuperar la armonía perdida y quedarme para siempre con vosotros.

Desde entonces los Moáis, enormes figuras de piedra, observan imperturbables el cielo, esperando a que llegue el día. Ese día en el que la destrucción llevada por los colonos formará ya parte del pasado y Make vuelva a hacerse cargo de la preciosa isla, junto a su amigo Pascual.